spanish Lech Lecha

La lección de Abraham en su defensa del Judaísmo

Un buen “político” sabe cómo tratar situaciones comprometedoras. No todos poseemos aquella destreza y, de hecho, quizás ellos mismos ni siquiera sean conscientes de su conducta natural. Me gustaría analizar una técnica comúnmente utilizada por estas “personalidades políticas”, proponiendo su uso para todos nosotros en ciertas situaciones. Llamémosla la técnica “defensa contra ofensa”. Irónicamente, podemos aprenderla ni más ni menos que del mismo Nimrod, rey de Ur Kasdim, y peor enemigo de nuestro Patriarca Abraham. Al estudiar el famoso Midrash acerca de Abraham cuando destruyó a los ídolos – y su consecuencia – encontramos el punto central de esta técnica en la primera disputa contra el Judaísmo.

Pasemos a considerar una situación a la que casi todos nos enfrentamos en algún momento: tener que defender nuestra religión, creencias o identidad frente a un Judío anti-religioso. Mayormente, las preguntas o el ataque no provienen de una búsqueda de la verdad, sino de una auto-defensa. En algún punto de la discusión, por lo general el atacante arroja una pregunta desafiante: “demuéstrame que Di-s existe“. Muchas personas neciamente intentan hacerlo.

Es un intento en vano, pues un Judío que niega la existencia de Di-s y no busca cambiar, sino defender su posición, no estará dispuesto a aceptar nuestra creencia a menos que pueda palpar, ver y escuchar a Di-s. Los fenómenos y la realidad que apuntan claramente hacia un Creador, serán simplemente ignorados. La armonía en la creación jamás será suficiente para convencer a una persona así. Y aun si el Judío observante lograra defender sus creencias, el otro mayormente no consideraría sus explicaciones con seriedad, sino que optaría por declarar que “no se lo traga”.

Aquí llega la técnica ofensa-defensa. Cualquier atleta o amante del deporte sabe que es preferible estar en la ofensiva que en la defensiva; pues en la ofensiva nunca se pierde, sino que se gana un punto o no. En cambio, en la defensiva, se pierde un gol o se salva de uno, pero nunca se gana. Del mismo modo, en cualquier debate, uno siempre está en posición de ofensa o defensa.

Al defender el Judaísmo frente a una persona que no busca la verdad, esta nunca te permitirá sentir que estás defendiendo exitosamente tus creencias.

¿Qué debes hacer? Deja de defender y toma una posición ofensiva. Invierte la situación y di algo como: “te desafío a ver si puedes demostrarme que Di-s no existe“. Esto generalmente asusta al oponente, pues es algo que a lo largo de toda su vida trató de hacer, sin éxito. Quizás a sí mismo haya logrado convencerse de la inexistencia de Di-s, para evitar comprometerse, y su forma de defender su punto débil es atacar a los demás. La mejor forma para tratar con una persona así es defenderse, invirtiendo los roles y colocándolo a él en la defensiva. De esta forma te encontrarás en el lado del debate donde jamás se pierde. La única defensa que le quedará al atacante, será devolverte a la posición de defensa. No se lo permitas.

En el conocido Midrash (Rabá 38) a continuación, se ve claramente la técnica “defensa contra ofensa” en el debate entre Abraham y Nimrod. Téraj, el padre de Abraham Avinu, era fabricante y vendedor de ídolos. Téraj le pidió a Abraham que manejara el negocio durante su ausencia. Al llegar el primer cliente, Abraham le preguntó cuántos años tenía. El hombre de sesenta años de pronto entendió cuán necio era servir a un ídolo de sólo un día de edad. Es innecesario contar que abandonó la tienda con las manos vacías.

La segunda fue una mujer que entró con un plato de sopa, como ofrenda para los ídolos. Al regresar, la ruina en la tienda tomó a Téraj por sorpresa. Abraham acusó al ídolo más grande con una espada en la mano, explicando que los ídolos se habían peleado por el sacrificio y el más grande había destruido a todos los demás. Téraj le respondió que su historia era irreal, pues los ídolos no se mueven. Abraham aprovechó la oportunidad para cuestionar a su padre acerca de su creencia y promoción de esta clase de dioses.

El episodio llegó a los oídos de Nimrod, rey de Ur Kasdim, quien no podía dejar pasar la “apostasía” de Abraham y lo llamó, ordenándole arrodillarse delante de su ídolo, el fuego. Nimrod adoraba al fuego por considerarlo capaz de destruir cualquier cosa. Abraham lo refutó, señalando que el agua es más poderosa, pues puede extinguir el fuego. ¿Quizás sería más apropiado servir a las nubes y la lluvia? Entonces, Nimrod le ordenó arrodillarse delante de las nubes. Sin embargo, Abraham lo desafió nuevamente: ¿acaso no es el viento más poderoso y capaz de empujar a las nubes? ¿Quizás sería más apropiado servir al viento? Nimrod le ordenó arrodillarse delante del viento. Así continuó la disputa, hasta que Abraham le demostró claramente que la fuerza más poderosa en todo el universo  – y el Creador del fuego, nubes, viento, etc. – es un Di-s Todopoderoso e inmortal.

¿Cuál fue la reacción de Nimrod? Denegación. Nimrod forzó a Abraham a demostrar la existencia de su Di-s. “Yo sirvo solamente al fuego, y a él te arrojaré. Veamos si tu Di-s te salva de él”, le dijo.

A primera vista, la reacción de Nimrod no se entiende. ¿Acaso Abraham no le había demostrado ya que el fuego no es invencible? ¿Cómo pudo Nimrod aferrarse a su creencia en un debate público, sin defender primero su posición? La respuesta es que Nimrod cambió los roles, pasando de su posición defensiva a ofensiva. Forzando a Abraham y su Di-s a demostrarse, Nimrod evadía su responsabilidad de defenderse. Así actúan los políticos, en lugar de defender su posición tambaleante, simplemente salen a la ofensiva.

Sin duda, no nos faltan medios para defender al Judaísmo de sus atacantes, pero no nos sentimos obligados a hacerlo cuando quienes nos desafían no buscan la verdad.

Por otro lado, Harán, el hermano de Abraham, no estaba seguro de si Abraham tenía razón de su creencia en Di-s. Cuando Abraham fue arrojado al fuego, Nimrod le preguntó a Harán si estaba de acuerdo con su hermano. Después de presenciar el éxito en la disputa de su hermano contra Nimrod, coronada con la milagrosa salvación de Abraham de las llamas, decidió responder afirmativamente. Inmediatamente fue arrojado al fuego. Di-s no salvó a Harán, ¿por qué?

Di-s no deseaba realizar un milagro, pues el Judaísmo no se basa en nuestra capacidad de defenderlo en un debate o de demostrar las falencias de otras religiones. El Judaísmo es reconocer, por intermedio de la Torá y de una correcta contemplación de la naturaleza, que existe un Creador, Quien nos ordenó servir a Él y cumplir Sus Mitzvot. Judaísmo es ser un “ivrí” – individuos del “otro lado”. Todo el mundo puede estar en desacuerdo con nosotros, dejándolos solos del otro lado del “río”; pero aun así, un Judío auténtico, al igual que nuestro Patriarca Abraham, se aferra a sus creencias aun si aparentemente es el único en opinar así. Harán no estaba dispuesto a ser esta clase de individuo “solitario en sus creencias”. En esencia, esto muestra que Harán no estaba dispuesto a ser Judío; lo cual nos deja una importe lección acerca del Judaísmo: debemos desarrollar nuestra fe en Di-s y Su Torá a tal punto de vivir como Judíos aun si a nuestro alrededor nos tratan de convencer de servir a los ídolos de dinero, placeres o cualquier otra cosa.

Definiendo el “jinuj

Un rasgo singular de la lengua hebrea es que la esencia más profunda de cada palabra se encuentra en su primer uso en la Torá.

Por ejemplo, los vocablos “gadol” (grande) y “katán” (pequeño). La primera vez que los encontramos en la Torá es en referencia al sol, “hamaor hagadol“, y la luna descripta como “hamaor hakatán” (Bereshit 1:16). Los vocablos ´grande´ y ´pequeño´ no aluden solamente al tamaño, sino que el gadol también es mashpía, el que influencia. El sol es la fuente de la luz, mientras que la luna es receptora de esta luz, afectada por ella. Esta habilidad de dar e influenciar, en contraposición a la de tomar y recibir del katán, es la que define al sol como gadol y la luna como katán. El título “Gadol Hador” no se le adjudica al sabio y erudito de la Torá más grande de la generación por la cantidad de sabiduría que adquirió ni por el número de seguidores que posee. Sino que el mayor requisito para ser un Gadol es ser mashpía, una fuente espiritual de sabiduría, guía, consejo y esperanza. Irónicamente, una persona puede ser gadol, grande en edad, permaneciendo katán, carente de todo lo necesario para influenciar a otros, a la comunidad, al entorno, e incluso a la familia.

Una vez explorado este ejemplo clásico acerca de la profundidad de la lengua hebrea, el Lashón Hakódesh, pasemos a examinar una palabra que describe el tema más ubicuo de cualquier conversación Judía: jinuj. Comúnmente interpretado como educación, pero mucho más profundo en realidad. En la Parashá de esta semana encontramos por primera vez el vocablo jinuj, en alusión a la relación entre el Patriarca de nuestro Pueblo, Abraham, con su sirviente Eliézer: וירק את חניכיו (“apresuró a su aprendiz – Eliézer – a quien había entrenado en el cumplimiento de las Mitzvot” Bereshit 14:14). Rashí explica que la palabra jinuj es “entrenar a una persona o elemento para ser capaz de lograr lo máximo de él en el futuro”. Abraham había entrenado a Eliézer a cumplir las mitzvot y hacer jésed de tal modo que estaría auto-motivado y capaz de hacerlo por sí mismo. Es interesante que Rabí Meir Shapira de Lublín deduce de las palabras de Rashí que si el entrenamiento no logra un efecto de larga duración, entonces no es un jinuj-entrenamiento correcto.

Jinuj no significa criar niños, significa criar adultos. Quizás esto suene algo raro, pero algunos padres viven con esta equivocación. En lugar de criar, nutrir y cultivar una familia, ellos tratan de mantenerla. Los esfuerzos invertidos en este mantenimiento debilitan la necesidad latente e innata de entrenar a los integrantes de la familia para su conducta futura.

La consecuencia de este malentendido es que los padres perciben a sus hijos como niños sentados en el asiento trasero del auto, que los seguirán en cualquier dirección que los padres elijan. Rabí Israel Salanter escribe: así como el carpintero pisa los restos de madera y el vidriero los restos de vidrio, también el mentor (o padre) pisa las almas de sus aprendices. Por naturaleza, un artesano no aprecia tanto la materia prima con la cual trabaja. Del mismo modo, los padres pueden llegar a tratar a sus hijos de un modo de “crianza”, como si fueran su materia prima de trabajo, y no como un ser independiente.

La Torá hace referencia a jinuj como un entrenamiento. Un entrenamiento para el cumplimiento de las mitzvot, para una vida de Torá. El concepto de la crianza transmite un trato con los niños de la forma más favorable para el tiempo que permanecen en el hogar de sus padres, causándoles la mínima molestia posible. Por el contrario, el entrenamiento connota un acto de guía, ejemplo y tutoría constantes por parte de los padres.

Esta diferencia tiene un sinfín de ramificaciones. Los métodos de crianza o educación institucional pueden tener efecto sobre un niño, aun sin estar este completamente involucrado en ellos. Es como simplemente arrojarlo al asiento trasero y ajustarle el cinturón. El entrenamiento, por el contrario, nunca puede ser logrado si hay resistencia por parte del receptor. Si bien un niño manipulado por sus padres con recompensa por su buena conducta y castigo por mala conducta, puede mostrar una mejoría de corto plazo, muy raramente continuará logrando resultados positivos a largo plazo.

Además de crear un entorno de amor y calidez, el jinuj adecuado puede ser logrado únicamente donde hay confianza – la confianza del niño que se siente importante en los ojos de su padre o mentor. Una comunicación y atención sincera, validando y mostrando simpatía por los sentimientos del niño, pueden ser las herramientas más poderosas para lograrlo. Es indescriptible el daño que se puede realizar en esta relación de entrenamiento, si no se presta atención al niño cuando quiere compartir sus sentimientos con el padre. “Ahora no es el momento indicado, pero me gustaría escucharte más tarde (especificando un momento apropiado)”, puede ser una buena alternativa. Atender, preferentemente diez minutos al día, fortalece la relación entre el padre y el niño, resultando en una mejor predisposición del niño a ser entrenado por alguien en quien confía.

El requisito para este primer paso del entrenamiento es la auto superación del padre mismo. Frecuentemente, al ser consultado por padres que trataban con niños adolescentes, mi maestro aconsejaba que los padres trataran de fortalecerse a sí mismos en aquel mismo punto en que veían dificultades en sus hijos.

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