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Amor verdadero


El pasuk que trata acerca del amor de Iacov por Rajel, puede dejarnos un tanto perplejos; pues al describir los siete años que Iacov debió esperar para casarse con Rajel, la Torá nos cuenta que “fueron para él como poco días, debido a su amor hacia ella” (Bereshit 29:20). ¿Acaso no es al revés? Cuando una persona ama a otra, o quiere algo, pero por algún motivo debe contenerse, el resultado más común es una insoportable espera. Por ejemplo, cuando una boda se debe postergar, normalmente se despierta una gran ansiedad hasta el día esperado y el tiempo parece pasar más lento que siempre. Entonces, ¿cómo es posible que debido al gran amor que sentía Iacov por su futura esposa, Rajel, los años transcurrieron “como pocos días”?

Rabí Eliahu Lopian zt”l solía explicar que muchas personas malinterpretan el verdadero significado del amor. El amor no debe ser visto como una experiencia placentera en compañía de una persona con quien es agradable estar. El verdadero amor es el sentimiento de querer dar y asistir, o complacer y dar gusto a la persona a quien se ama. De hecho, esta es la verdadera definición del vocablo hebreo אהבה – amor; que proviene de la raíz הב – dar. Amar es un verbo, una acción, no una experiencia o un estado de ánimo. “Estar enamorado”, no es en absoluto un concepto judío; por lo general, “enamorarse” no es una elección tomada por la persona. Por el contrario, el amor al que se refiere la Torá es una elección.

Los siete años que Iacov trabajó por Rajel se le pasaron como si fueran pocos días, dado que el amor de Iacov a ella era para ella – y no para sí mismo. Por el contrario, cuando la persona espera el placer, siete años le parecen una eternidad. Cuando una persona está “enamorada”, es decir, no con la interpretación de la Torá; cada día que pasa sin la compañía de su amado, es como un día en prisión. En base a esto entendemos que el pasuk nos viene a enseñar que el amor de Iacov por Rajel era de un carácter espiritual.

¿Cómo puedes darte cuenta si tu amor es un “enamoramiento” o amor verdadero? Aquí va una prueba:

Si el profeta Eliahu habría de aparecerse justo antes de tu boda para revelarte que tu mejor amigo sería un marido mucho mejor que tú para tu “pretendida”, ¿qué harías? ¿Acaso tu amor por la persona quien creías destinada para ti te impulsaría a revelarle lo que Eliahu Hanaví  te acaba de decir?

Iacov hubiera revelado el mensaje, pues ese era el carácter de amor desinteresado que sentía por Rajel. Él sólo quería dar. Él sólo quería crecer junto a su esposa y formar una familia que esperaba cumpliera la Voluntad Divina. Este es un amor verdadero, un amor judío.


Relatos bíblicos

 

Nuestros Sabios nos enseñan que la Torá puede ser interpretada en cuatro distintos niveles, representados con el acrónimo פרד”ס (huerta): el primer nivel es el significado literal (פשט), el segundo es el significado insinuado o aludido (רמז), el tercero es el significado interpretativo o  hermenéutico (דרש) y el último es el significado místico u oculto (סוד). Lamentablemente, algunas personas insisten en leer la Torá en forma limitada – llegando frecuentemente a conclusiones erróneas. Un versículo del Tehilim (32:9) alude a esta mentalidad limitada que no reconoce los cuatro niveles de interpretación ocultos en el acrónimo פרד”ס: “אל תהיו כסוס כפרד אין הבין – no sean como un caballo y una mula que no entienden”. Hay quienes optan por entender la Torá en el nivel de פשט, רמז, דרש, rechazando la explicación mística (סוד). Estos son comparados a una mula (פרד), pues aceptan sólo los significados mundanos, y no entienden que la Torá también trata acerca de asuntos espirituales y místicos. Existe también una clase de personas que prefieren ver sólo el nivel místico o kabalístico de la Torá, sin considerar el Peshat, Remez y Derash. Estos últimos se asemejan a un caballo (סוס), pues se vinculan sólo con la “ס” del nivel סוד (la explicación mística). Ambos enfoques son incorrectos, pues evaden la completa y correcta explicación de la Torá – por eso el versículo continúa “אין הבין”, no entienden.

Quienes equívocamente limitan su entendimiento al nivel literal, el peshat, caen en la trampa de ver los relatos de la Torá como una mera narración. Por ejemplo, en la Parashá de esta semana vemos que Iacov besó a Rajel la primera vez que la encontró. ¡Este era un beso que no tenía en absoluto nada de pasión!, y lo demuestra el hecho, inexplicable de otra manera, que Iacov inmediatamente se largó a llorar. El Midrash comenta que su llanto se debió a una visión profética que no habrían de ser enterrados juntos en la cueva de Majpelá… De haber sido un beso de pasión, Iacov no hubiera sido digno de una visión profética en aquel momento. Otro comentario explica que Iacov lloró pues se dio cuenta que los pastores que lo observaban estaban molestos por su comportamiento, creyendo que estaba apasionado por ella. Este pensamiento le hizo llorar. A su vez, lloró también por quienes en el futuro leerían la Torá como una mera narración y llegarían a la misma lamentable e incorrecta interpretación que los pastores.

¿A qué viene todo esto? Al estudiar en la Torá acerca de la vida de nuestros Patriarcas y Matriarcas, debemos ser conscientes de su grandeza y comprender que aquellas acciones que parecen tan similares a las nuestras, se encuentran completamente en otro nivel. Nuestros grandes ancestros eran muy distintos a nosotros, a tal punto que ni siquiera poseían una Inclinación del Mal (Bavá Batrá 17a); no necesariamente por haber nacido sin ella, sino porque lucharon perseverantemente contra ella hasta neutralizarla por completo.

El Talmud nos enseña que: “si nuestros ancestros eran como ángeles, nosotros somos como personas. Y si ellos eran como personas, entonces nosotros somos como burros” (Shabat 112b). Si es así, ¿cómo podemos aprender de sus vidas y conductas? Rabí Iosef Iehudá Leib Bloch zt”l explica que aun las más grandes personalidades estaban conectadas a la naturaleza; de modo que nos dejan mucho para aprender.

Por ejemplo, el Midrash nos revela otro motivo para el llanto de Iacov al encontrarse con Rajel; él se sentía muy mal de presentarse totalmente desprovisto a su futura esposa. Naturalmente, es de extrañarse que una persona del calibre espiritual de Iacov se conmoviera por algo tan material como esto. Sin embargo, este es justamente el punto, explica el Rav Bloch: todos los sentimientos y emociones comunes para cualquier ser humano se encuentran también dentro de las grandes personalidades, no importa cuán grandes sean. A pesar de su grandeza, Iacov no podía desligarse del sentimiento que se despertó en el momento en que se comparó al sirviente de su padre que traía consigo tantos regalos para su madre, mientras que él no poseía nada. Si bien este sentimiento no lo doblegó, sí lo sintió y lo exteriorizó, al igual que cualquier otro ser humano con corazón puro.

El Rav Bloch continúa recalcando que la observación de Leá a su hermana Rajel acerca de las mandrágoras también debe ser estudiada dentro de su contexto: “¿No sólo te llevaste a mi marido, sino que también me quieres quitar las mandrágoras que mi hijo Reuvén me trajo?”. Debemos recordar que Leá era una Matriarca. Si bien existía envidia entre las hermanas, era una envidia muy diferente a la que nosotros tratamos comúnmente. Leá sentía “celos” por el amor y la atención que su hermana Rajel recibía de Iacov; esta envidia provenía de la ansiedad por tener el mérito de erigir la Nación Judía y santificar el Nombre Divino. Para las dos hermanas este era un asunto de alto rango en la escala de valores y se lo tomaban con suma seriedad.

El Rav Bloch agrega que el deseo de santificar el Nombre Divino y publicarlo frente al mundo, no nos debe hacer sentir que debemos ser nosotros quien lo hace más que otros. Aun así, no está seguro de si la persona será juzgada y castigada por buscar ser uno mismo  quien santifica el Nombre de Di-s. De esto se trataban los “celos” de Rajel y Leá; no era una cuestión personal, nada que ver con el “ego” que tratamos nosotros. Cierta vez el Rav Shaj zt”l reprendió sutilmente a un padre que vertió frente a él su pesar, diciendo que su dolor por no tener hijos era tan grande como el de Rajel cuando le dijo a su marido: “Concédeme hijos, pues de lo contrario habré de morir“. El Rav Shaj le preguntó: “¿acaso Rajel pedía hijos al igual que nosotros lo hacemos – o lo hacía por su gran deseo de convertirse en Madre de la Nación Judía?”.

Si bien esta concepción tan elevada del “ego” es un tanto extraña para nosotros, puede ser una fuente de inspiración. Y, como explicamos anteriormente, debemos ser muy cuidadosos en no juzgar a los Avot e Imahot como si fuéramos nosotros mismos.


Bien adentro del Kéver Rajel

 

De acuerdo a una opinión del Midrash, Rajel falleció antes que su hermana Leá, por haberse adelantado a su hermana mayor en un momento crucial de sus vidas (Bereshit Rabá 74): Cuando Iacov les pidió permiso a sus esposas, Rajel y Leá, para abandonar la casa de su padre y mudarse con la familia a Éretz Israel, Rajel fue la primera en hablar y asentir. El Midrash implica que su muerte al dar a luz en el camino de regreso, cerca de Bet Léjem, debe ser visto como un castigo por no dejar a su hermana mayor hablar primera.

¿Cómo concuerda esto con la explicación completamente diferente, proporcionada por otro Midrash acerca del momento y lugar de la muerte de Rajel (Pesikta Rabati)? Allí encontramos la famosa descripción del profeta Irmiahu (cap. 31) acerca de Rajel llorando por sus hijos que salían al exilio luego de la destrucción del primer Templo Sagrado.

¿Por qué fue enterrada Rajel en Bet Léjem y no en la cueva de Majpelá? Di-s ordenó a Iacov enterrarla allí, pues en el futuro, el Templo sería destruido y los Judíos habrían de salir al exilio… En el camino habrían de pasar por la tumba de Rajel y rezar allí. Entonces, ella se levantaría a pedir misericordia frente a Di-s: “Señor del Universo, atiende a mi llanto y apiádate de mis hijos, o recompénsame por la difícil prueba que debí atravesar al no revelarle a Iacov que se casaría con Lea (en mi lugar) y librarla a ella de la vergüenza”. Inmediatamente, Di-s escucharía sus plegarias…

Este Midrash implica claramente que el motivo por el cual Rajel falleció primera y no fue enterrada en Mearat Hamajpelá – sino en la ruta del exilio Judío, en la ciudad de Bet Léjem – era para que en el futuro pudiera pedir por sus hijos y redimirlos. ¿Cómo, entonces, terminamos de entender el Midrash citado al comienzo, que su muerte prematura fue un castigo por anteponerse a su hermana mayor y no cederle la prioridad del habla?

La respuesta la escuché de un huésped en la mesa de Shabat: sabemos que los Avot cumplían todas las mitzvot de la Torá, pero sólo en Éretz Israel (Rambam). Es por ello que, una vez fuera de Israel, al asentarse temporariamente en la casa de Laván en Padán Aram, Iacov consideró correcto casarse con dos hermanas. Con este dato concuerdan ambos Midrashim, pues Iacov sabía que no permanecería casado con las dos hermanas una vez que cumpliría la orden Divina de regresar a Éretz Israel. Por ende, al consultar con sus esposas antes de mudar a toda la familia a su país de origen, su pregunta iba mucho más allá de un asentimiento para empaquetar las valijas. Él les estaba preguntando si estaban dispuestas a poner sus vidas en juego. Rajel, al hablar primera y dar su consentimiento, estaba de hecho sacrificando su propia vida para este propósito tan sagrado. Es por ello que fue enterrada al costado de la ruta al desierto, pues ella es la única de entre los Patriarcas y Matriarcas que puede decir: “yo entregué mi vida a fin de que mi marido tuviera el mérito de habitar en la Tierra de Israel. ¿Cómo no habrás Tú de permitirles (a mis hijos), retornar allí?”

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