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Una generación de víctimas

Hace algunas generaciones, la psicología nos dio a conocer un concepto que cambió la humanidad. Una teoría freudiana difundió que “las enfermedades mentales en los adultos son resultado de un daño provocado a la psiquis del niño, por padres que traumaron a sus hijos en una etapa crítica y temprana de su desarrollo”. Desde entonces, los padres y maestros son culpados por sus hijos y alumnos de cualquier error o fracaso en sus vidas personales. Asimismo, cada vez más gente está convencida de ser víctima de la sociedad o la cultura. Parecería que en el intento de ayudar al sofisticado ciudadano del siglo 21 a hacer paz consigo mismo, la culpa puede recaer sobre cualquiera. A pesar de esto, la historia jamás fue testigo de una generación tan depresiva como la nuestra. ¡En una encuesta reciente fue revelado que son más los adolescentes y adultos que mueren por suicidio que por todas las demás enfermedades juntas!!

La avalancha mortal

El incesante esfuerzo de los padres y los costosos inventos de los educadores, parecen no ayudar. Aunque los padres preocupados toman clases sobre educación y leen páginas enteras acerca de la crianza de los hijos, los resultados no muestran un gran adelanto. De algún modo, incluso los “frágiles pollitos” de estos padres, los dejan consternados. Para ellos, es más que frustrante ver cómo sus estrellas perfectas los enfadan al alcanzar la adolescencia. Una madre completamente entregada, cierta vez dijo con lágrimas de angustia en los ojos: “¡me hubiera sido más fácil criar a un niño con Síndrome Down que atravesar las pesadillas que sufro con mi hijo adolescente!”.

¿Existe algún modo de salir de esta confusión y este “intercambio de responsabilidades”? ¿Existe, acaso, un enfoque mejor que comprar otro juguete para los niños, un auto nuevo para los adolescentes o unas exóticas vacaciones para los padres? Un vistazo a la parashá de esta semana nos proporcionará una idea más clara de cómo Di-s espera que vivamos.

El enfoque de la Torá

Al final de nuestra parashá se relata un episodio que quizás pueda esclarecernos la cuestión. El Ben Mitzrí, hijo de un padre egipcio y una madre judía, fracasó en su intento de integrarse a la tribu de Dan, su tribu materna. Dado que la afiliación tribal se establece a través del padre, la corte de Moshé dictaminó que este hijo de padre egipcio no era calificado para pertenecer a ninguna tribu. En su frustración, el sujeto rechazado cometió el gravísimo pecado de maldecir el Nombre de Di-s (que había escuchado en el Monte Sinaí), y por eso fue condenado a lapidación. Sus verdugos serían las mismas personas que lo escucharon maldecir.

El Talmud (Sanhedrín 45b) afirma que quien maldice a Di-s es considerado un kofer (hereje). En base a esto, Rav Jaim Shmuelevitz zt”l sugiere la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible que una persona que presenció la revelación Divina en el Monte Sinaí, la apertura del Mar Rojo y la milagrosa redención de Egipto, caiga repentinamente desde un nivel tan alto y actúe acorde a un ateo?

La gota que desbordó el vaso

Para entender cómo el Ben Mitzrí llegó tan lejos y tan súbitamente, debemos examinar los factores que lo llevaron a su muerte. En primer lugar, dado que su padre era egipcio, él heredó la tendencia a menospreciar a Di-s, así como lo hizo el Faraón. De su madre escogió otra tendencia que aportó a su decaimiento. De hecho, su nombre – Shlomit bat Divrí – refleja vívidamente sus acciones. Shlomit, pues saludaba con un ´Shalom´ a todos los transeúntes, incluso gente desconocida. Bat Divrí, pues todo el tiempo hablaba, proyectando una imagen seductora de sí misma. Con esta forma poco convencional, Shlomit llamó la atención de los egipcios. Su comportamiento extrovertido habrá sido reflejo de una profunda sed por el reconocimiento y aceptación social. Esta mala tendencia o cualidad fue heredada a su hijo quien, al igual que su madre, sintió una fuerte necesidad de conectarse y “pertenecer” – siendo incapaz de valerse por sí mismo. Al escuchar el veredicto de la corte de Moshé, se sintió tremendamente rechazado y abatido.

Con todo esto, Rav Jaim Shmuelevitz explica su abrupta caída a un nivel tan bajo. Cuando el Ben Mitzrí se sintió rechazado por la sociedad, perdió el dominio de sí mismo y actuó en consecuencia a su arraigada tendencia de menospreciar a Di-s. Este gravísimo pecado no le fue justificado a la luz de las circunstancias y la educación que recibió. Por el contrario, se le recordaría antes de ser lapidado a muerte: “¡eres responsable de tus acciones!” (Rashí).

¿Responsable o perdonable?

Si bien muchos de nosotros vivimos convencidos de que los rasgos y tendencias negativas no están bajo nuestro control, esto es en realidad una idea formada subconscientemente o una creencia infundada. De hecho, se trata de un error más, por el cual somos responsables, ya que Di-s nos dio las herramientas necesarias para superar nuestras deficiencias. La clave está en utilizar la bejirá jofshit, el libre albedrío, que nos confió. Un Tzélem Elokim, la persona creada a imagen y semejanza Divina, jamás es condenada a ser víctima si ejerce su libre albedrío. ¿Existe algún otro concepto que atribuya poderes como este? Ignorarlo quizás sea el error más grande de nuestra generación.

Una costosa autoestima

Es cierto que la autoestima consiste en sentirse bien con uno mismo. Es por ello que los padres de niños a quienes les cuesta seguir un ritmo normal se enfrentan con el desafío de cómo fomentar en sus hijos la autoestima. Una posibilidad consiste en decirle al niño que de acuerdo a su capacidad, los logros obtenidos son excelentes. Otra opción es decir: busquemos juntos una forma de mejorar el estudio, para que la próxima vez los resultados sean superiores. Sin duda, este último enfoque es más difícil y tedioso. Sin embargo, el primero deja el éxito prácticamente fuera del alcance del niño y, en cierto sentido, cuestiona la capacidad de Di-s o Su voluntad de ayudar al niño. (Si bien los trastornos de aprendizaje son reales, a veces los padres o maestros los utilizan como excusa para abdicar de su responsabilidad de ayudar al niño a realizar todo su potencial.)

La autoestima es más bien el creer en uno mismo que simplemente sentirse bien con uno mismo. En términos religiosos, tiene un significado más profundo aun. Es creer en el Todopoderoso que nos creó con limitaciones que debemos superar de la mejor forma posible.

Muchos padres tratan de crear una burbuja para sus hijos que atraviesan desafíos, por no confiar en que ellos pueden superarlos. Recuerdo como una madre subió a un autobús escolar para retar a los niños que se burlaban de su hijo anti-sociable. Quizás los niños hayan aprendido la lección, pero lamentablemente, el hijo de la señora jamás adquirió la habilidad de sociabilizarse y sufrió toda su vida sintiendo que quienes lo rodeaban eran culpables de sus problemas sociales.

Si bien los padres con sus buenas intenciones tratan de brindarles autoestima, actúan erróneamente. Es imposible darle a otro una autoestima duradera. La persona debe trabajarse la confianza en sí misma, que le fomentará la auto-motivación y, consecuentemente, la autoestima. Después del primer logro, después de enfrentar el mundo con éxito, el niño aspira seguir adelante para lograr algo aun mayor. Si le ocultas la verdad del mundo, cuando se de cuenta de que su versión del mundo es errónea, preferirá ser tragado por la tierra.

Esto quizás explique el motivo por el cual muchos adolescentes de nuestra generación son “un fracaso”. Muchos adolescentes con quienes converso me dicen que nunca en la vida hicieron algo que les hace sentir bien. No sienten que tienen un relato de algún éxito propio. Sus éxitos en la vida generalmente fueron consecuencia de un desencadenamiento de eventos dependientes de algo o de alguien. La realidad muestra que cuando los niños logran superar las dificultades, se sienten orgullosos de ellos mismos. Por el contrario, los niños infelices jamás se encontraron en un entorno sanamente competitivo donde pudieron auto-demostrado a sí mismos.

Más aun, no es de sorprenderse, entonces,  que varios niños huérfanos y de hogares pobres y desarmados, quienes no eran dependientes, de algún modo lograron prosperar en el “juego de la vida”. Pues ya desde la infancia les fue pasada la pelota para enfrentar al mundo con todos sus desafíos.

Este concepto es aplicable también a nivel personal. Si uno se siente inspirado a tomar sobre sí la responsabilidad y correr para alcanzar el éxito, debe ser consciente y cuidarse de dos grandes enemigos: los cambios radicales y súbitos. Pues si llega a caer en manos de uno de ellos, probablemente vuelva nuevamente al punto de partida: a aceptarse a sí mismo con un nivel del cual no está satisfecho.


El padre responsable

 

Una forma de educar mal a los hijos, es ignorándolos. Otra forma, es siendo demasiado obsesivos con ellos. La lista de lo que no se debe hacer es muy larga y no existe una única forma de educar. Esto se debe a lo que dijo el rey Salomón: חנוך לנער על פי דרכו, educa al joven según su camino (su naturaleza). La forma correcta de educar varía según el niño y las fortalezas y debilidades del padre. También depende de otros factores significativos en cada situación. Las personas no somos máquinas, programadas para un comportamiento fijo. Así como nos cuesta conocernos a nosotros mismos, también nos es difícil imaginarnos cómo nuestros hijos nos perciben a nosotros; aun así, debemos esforzarnos por hacerlo y orientar a nuestros hijos acorde a ello. Incluso después de hacer su mayor esfuerzo en la educación de los hijos, muchos padres se desesperan cuando ven que sus hijos crecen distinto a lo esperado. Si bien podemos entenderlos, la forma de pensar de estos padres es errónea. El padre tiene la responsabilidad de hacer todo lo posible – lo mejor que puede en el momento dado y con las aptitudes que recibió. Eso es todo.

He pasado mucho tiempo hablado con adolescentes que no están de acuerdo con el “camino” de sus padres. Ellos sienten que sus padres los ignoraron o que fueron demasiado obsesivos con ellos. Y por ello, encontraron su “propio camino”.

Este “nuevo camino” elegido por el hijo, les hace a los padres auto-criticarse e incluso asumir una actitud auto-destructiva consigo mismos. Es triste ver a los padres acusando y culpándose a sí mismos por los fracasos y errores de sus hijos. Esta es una de las mayores causas de la depresión: asumir la responsabilidad por el comportamiento negativo de otro, cuando en realidad uno no tiene control sobre él. Después de tratar a jóvenes “en peligro”, llegando a conocerlos bien, muchas veces los padres me preguntan con un aire de culpabilidad: “Entonces, ¿qué es lo que hice mal?”.

Detesto esta pregunta. Me pone en compromiso. Y, la verdad es que no puedo saberlo. Hay tantos factores que le causan al niño querer distanciarse de sus padres a esta edad: la búsqueda de independencia, el síndrome de la adolescencia, la carencia de buenas amistades, el deseo de encontrar su propio camino, la inmadurez social, el pico de los cambios hormonales, etcétera. Muy a menudo, esta es sólo una fase pasajera. El joven puede recibir orientación de alguien que él elige, cuando él está dispuesto a recibir asesoramiento. La persona indicada puede ayudarle a navegar a través de esta marea y salir de ella exitosamente. Ningún ser humano puede juzgar si los padres obraron correctamente o no. Muchas veces, lo correcto para un niño no es adecuado para otro. Entonces, en lugar de asumir la responsabilidad por una pregunta que no puedo responder, cambio los papeles y les pregunto a los padres: “¿qué piensan ustedes?”. Después de una breve pausa, ellos mismos me responden: “odio esa pregunta”.

Esta semana, la Torá nos soluciona este asunto. En esta parashá nos revela cómo un padre puede saber si el problema está relacionado a una mala educación o si fue algo que se desarrolló con el tiempo, debido a las circunstancias. La respuesta a esta pregunta también nos puede indicar  dónde comenzó el problema.

ובת איש כהן כי תחל לזנות את אביה היא מחללת באש תשרף “La hija de un cohén que comenzó a comportarse sin recato, deshonra a su padre, será arrojada al fuego”. Rashí comenta que esta joven estaba comprometida o casada. Ella deshonra a su padre, pues a causa de su conducta las persones maldicen al padre que la crió. La falta de recato al comienzo de su vida matrimonial es lo que causa la humillación del nombre de su padre, atribuyéndole la culpa a él. ¿Cómo y por qué?

El Imré Shéfer contesta, comenzando con las palabras de nuestros Sabios: “La táctica del Instinto del Mal es seducirte hoy a trasgredir un pecado pequeño, mañana otro pecado pequeño y finalmente te hace llegar a un nivel en el que te dice: ¡ve a servir ídolos!”. En base a esto, podemos llegar a la siguiente conclusión: si un niño se rebela gradualmente, paso a paso, podemos atribuirle la culpa a su Mala Inclinación y no a una falla realizada por los padres. Los cambios graduales son generalmente una manifestación del libre albedrío del niño. Empero, si la conducta inaceptable es repentina, es resultado de algo profundamente arraigado en el pasado del joven, remontándose a la época y la forma que fue educado.

El hecho que la hija del cohén haya comenzado repentinamente a cometer un pecado tan grave como ser desleal con su marido, sin ninguna señal previa y gradual de caída espiritual u otra clase de comportamiento extrovertido; señala con el dedo acusador a los padres. Pues de haber sido debido a su Mala Inclinación, el comportamiento hubiera aparecido en forma gradual.

Aun así, por más increíble que parezca, incluso cuando el padre es culpable de la mala educación o el mal ejemplo que le brindó, la Torá hace a la hija del cohén responsable de sus acciones. A ella se la quema, en tanto que los padres se mantienen al margen y observan. Odio los finales tristes, pero todo apunta al enfoque psicológico en contra de la Torá, que cuando los niños son educados deficientemente, no son responsables de sus acciones. La Torá nos indica que aun en este caso, el niño es responsable.

 

Shabbat Shalom, Yosef Farhi

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