ACHAREI MOT- KEDOSHIM – SPANISH

¿Cuán santo eres?

Tómate unos instantes para contestar las siguientes preguntas: ¿Cuán santo eres? ¿Cuál fue el momento más sagrado que viviste alguna vez? ¿Quién es la persona más santa que alguna vez conociste?

Esta es una clase de preguntas que la mayoría de nosotros jamás nos preguntamos. Mientras escribía este artículo, se las planteé a alguien, quien me respondió: “El momento más sagrado de mi vida fue al ingresar al internado de la Ieshivá a los 15 años, experimentando gran dificultad en la adaptación al nuevo entorno. Esto me hizo rezar a Di-s desde lo más profundo de mi corazón y sentí que cierta plegaria que había pronunciado con gran fervor y lágrimas, llegó el Cielo y fue respondida. Cuando la persona alcanza un pico sagrado, regresa a sí misma, se conecta consigo misma. Trata de lograr ser lo que debería ser.

“La persona más santa que alguna vez conocí fue mi maestro en aquella clase de la Ieshivá. Él no era precisamente un sabio o erudito de la Torá, pero era santo. Era santo pues se apartaba de todo lo mundano y era mucho más capaz de controlarse  (que otras personas). Él no solamente llevaba a cabo la verdad, sino que la representaba con todo su ser. La humildad frente a Di-s en todas sus acciones, pensamientos y emociones, formaron en mí aquella sensación de santidad sobre él”.

Esta respuesta me llamó la atención. Nunca creí que la gente simple pensaba acerca de este asunto ni que relacionaba la santidad a la historia de su vida. La parashá Kedoshim comienza justamente con este tema: el precepto de ser santos. Aun así, existe una diferencia de opinión en cuanto a cómo comprender esta orden y a qué alude exactamente. El Rambán entiende que la santidad es el acto de apartarse del exceso en los placeres mundanos permitidos. Sin embrago, Rashí lo entiende de otra forma. Él sostiene que cuando la Torá nos ordena ser santos, lo hace inmediatamente después de tratar acerca de las relaciones conyugales prohibidas. Según Rashí, para ser santos debemos abstenernos de aquellas relaciones y de cualquier situación que puede llevar a uno a tal posición. Esto incluye cuidar los ojos de ver cosas que pueden desviar a la persona del buen camino y abstenerse de pensamientos que despiertan la tentación. De acuerdo a la opinión de Rashí, de esto se trata la santidad – una mente limpia de tales pensamientos y un estilo de vida en el cual hacemos todo lo posible para evitar asociarnos de cualquier forma con los deseos prohibidos e insanos.

Sin embargo, la pregunta es obvia: ¿por qué solamente quienes se abstienen de esta trasgresión específica merecen la santidad? ¿Por qué la persona que no roba o no mata y se abstiene de cualquier situación relacionada aun remotamente con estas actitudes, no adquiere santidad? ¿Y por qué con sólo abstenerse de lo que la Torá considera abominable y profano, la persona se hace santa?

Rabí Ierujam Levovitz zt”l explica que existe una gran diferencia entre abstenerse de robar y abstenerse del placer de las relaciones prohibidas. El placer en las relaciones matrimoniales es uno que todo ser humano sano posee dentro de sí desde el momento que nace; este crece y se va desarrollando a lo largo de todas las etapas de la vida. Para la persona es grandioso poder resistir esta poderosa y casi irresistible tentación y, por lo tanto, al hacerlo merece un nivel denominado por la Torá santidad. Abstenerse de la tentación de robar o matar no torna a la persona santa, pues no es un deseo inherente en el ser humano. ¡El antónimo de la lujuria es la santidad!

De aquí  es evidente que si la persona no se esfuerza activa y conscientemente por abstenerse de estas actitudes específicas, su inclinación natural es ser corrupto en este asunto.

Cómo ganarnos las amistades e influenciarnos a nosotros mismos

Hace algunas décadas, existió un libro de súper-venta internacional, jactándose de una venta de quince millones de ejemplares. Su nombre era “Cómo ganarse las amistades e influenciar a las personas”, escrito por Dale Carnegie. Este libro, al igual que otras obras del mismo autor, ayudó a gente de toda clase de ámbitos a mejorar su vida. Según cuentan los rumores, desgraciada y sorprendentemente, Dale Carnegie se suicidó a los 66 años.

La obra de Dale Carnegie es una maravillosa “solución rápida”. Es un libro en el que uno puede aprender a hacerse famoso, respetado e influyente. Su contenido no se centra principalmente en el perfeccionamiento de la ética, sino en cómo lograr el respeto que toda persona se merece, lo más rápido posible. Respetando a los demás, uno logra ser respetado por ellos. Esto ya fue señalado mucho antes que Dale Carnegie por nuestros Sabios: “איזהו מכובד המכבד את הבריות” – “¿Quién es respetado por las personas? Quien respeta a los demás“.

Dale Carnegie escribió que su libro realmente se basaba en los dichos de diferentes líderes espirituales del pasado, que dijeron “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, cada uno expresando esta idea con sus propias palabras. Así lo manifestó nuestra Torá mucho antes que lo haya expresado cualquier líder espiritual de otra nación. Quizás Dale se haya suicidado por haber obtenido todo el honor y la dignidad que deseaba… ¿y entonces? La vida va mucha más allá que el honor y el sentirse bien con uno mismo. El alma sabe perfectamente que somos mortales. El único y verdadero honor Le pertenece a Di-s. La vida se trata de reconocer que el mundo en el cual vivimos en el presente no contiene lo necesario para que la persona se sienta realizada o contenta por un período extenso. No es un fin sino un medio. Existe otro mundo después del que estamos atravesando – el Mundo Eterno. Solamente allí el alma, que también es eterna, puede realmente sentir la satisfacción del “Bien” por la proximidad a Di-s.

Este mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo no es tan difícil como parece. Es mucho más difícil. Nuestros Sabios nos dicen que durante las semanas de Sefirat Ha´omer debemos comportarnos como enlutados, para recordar la pérdida de las 12.000 “parejas” de alumnos de Rabí Akiva que fallecieron en los días entre Pésaj y Shavuot. Ellos no eran capaces de transmitir la Torá en el estado de falta de respeto mutuo y por eso murieron.

¿Cómo es posible que hubiera falta de respeto entre estos enormes eruditos de la Torá? Rabí I. Ezraji shlit”a destaca el hecho que estudiaban en parejas. Ellos sí interactuaban y tenía una buena relación interpersonal. Sin embargo, Rabí Akiva dijo “ואהבת לרעך כמוך” , ama a tu prójimo como a ti mismo, es un gran principio de la Torá. En el amor al prójimo existe un nivel mucho mayor que sólo “amarlo” y estar dispuesto a brindarle y alegrarlo. Es amar al compañero como a uno mismo.

Cuando pensamos acerca de nuestro propio amor, pensamos en cómo quedar bien a los ojos de quienes nos rodean. Amarse a uno mismo implica el deseo de asegurarse una vida placentera. Amar al prójimo como a uno mismo implicaría, entonces, que la preocupación principal no es por uno mismo, de no ser “el único” que cae bien a los ojos de los demás, sino de preocuparse igualmente por el compañero. (Véase el Rambán) Si te molesta que otra persona sea tan inteligente como tú o aun más, tan adinerada como tú o aun más, o simplemente tan exitosa como tú o aun más; significa que nos has alcanzado aún el nivel de amar a tu prójimo como a ti mismo.

Alcanzar este nivel, de saber sentir seguridad y alegría interna, sin depender de los factores externos como el ser “el mejor de todos”; es un grandioso logro. La felicidad no puede ser dependiente de compararse a los demás y superarlos. La autoestima proveniente desde adentro es la fuente del verdadero bienestar que no puede ser impugnado o desacreditado por las influencias externas.


 

Reprochando al pecador justo

Un psicólogo estaba preocupado acerca de cómo responderle a un paciente que confiesa su pecado, en busca de aceptación y comprensión. “Por un lado, si lo desligo de la culpa o aminoro la severidad del pecado, permitiéndole volver a mirarse frente al espejo, quizás esté transgrediendo la mitzvá de reprochar al compañero. Sin embargo, decirle que se equivocó puede empeorar la situación. La solución que encontré para no tener que sentarme pasivamente mientras la otra persona derrama la letanía de sus transgresiones, es preguntarle si le parece que su forma de actuar fue correcta. Entonces, le muestro un genuino respeto por haber admitido sus fallas y errores. De alguna forma, esto le ayuda a la persona a sentirse cómoda y no avergonzarse de mí incluso después de la terapia“.

Al escuchar acerca del precepto de reprochar, frecuentemente nos preguntamos: ¿debo decirle algo al niño? ¿Le digo a aquella persona cuán mal está lo que hizo?

El Talmud (Bavá Metziá 31a) nos enseña que la repetición de la palabra הוכח תוכיח (reprender reprenderás) en el precepto, nos viene a enseñar que se debe reprender incluso cien veces! Hay distintas formas de comprender esto. Un enfoque es que a veces la persona que reprocha no es digna de decir lo que es necesario decir. Otras veces, el pecador no está listo para escuchar lo que debería escuchar. Es probable que recién después de cien veces se junten los dos requisitos: una persona que realmente pueda decir lo que se necesita decir a la persona que necesita y es capaz de escucharlo.

Lo siguiente quizás sea una distorsión de este párrafo del Talmud, pero lo considero un mensaje muy valioso. El versículo dice: הוכח תוכיח את עמיתך ולא תישא עליו חטא – Reprende a tu compañero y no traigas el pecado sobre ti mismo por ello. Esto se puede interpretar diciendo que si no reprendes, eres culpable del pecado. A primera vista, esto puede parecer estresante. Sin embargo, en estas palabras se esconde un mensaje más profundo. Las palabras ולא תישא עליו חטא  pueden indicar “no traer el pecado sobre él“. El Javot Iair (al igual que el Zóhar) explica que al reprochar, uno no debe hacerle sentir al otro que es un malvado, sino decirle cosas que le suben el ánimo, como “esa forma de actuar no concuerda contigo o con tu sublime personalidad”. No le hagas sentir que es un pecador, sino una persona justa que pecó. Un acto externo עליו que no se identifica con quien lo realizó. Ser catalogada con el título de pecador o malvado, hace sentir a la persona incapaz, derrotada y depresiva.

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