spanish vaishlaj 2013
La persona más feliz que conozco
Existe un antiguo dicho sueco: “aquel que desea cantar, siempre encuentra una canción”. La felicidad es como querer cantar; si deseas estar feliz entonces encontrarás un motivo para estarlo. La felicidad es más bien una decisión activa que un estado de humor. Uno no necesita esperar que las cosas mejoren para estar feliz, sino que debe desencadenar la felicidad. El modo de hacerlo es mediante las ideas que nos enseña la Torá, algunas de ellas mencionadas en este artículo. Después de leer los siguientes conceptos, podrás aplicarlos y permanecer feliz sin importar de cuán difíciles circunstancias estés atravesando. Todo se resume en adoptar los cuatro elementos centrales que comprenden la base de la felicidad y los principios que derivan de ellos. Estos cuatro elementos centrales están mencionados en el Orjot Tzadikim: fe en Di-s, confianza en Di-s, histapkut (satisfacción, contento) e inteligencia. Veamos.
Trata por un instante de pensar en la persona más feliz que conoces; aquella persona sobre quien percibes que se mantiene feliz a pesar de que las cosas no le están yendo bien. ¿Tienes alguien así en mente? (Con sólo pensar por cinco minutos en una persona realmente feliz, uno ya comienza a sentirse feliz. ¡Inténtalo!) Retrocede en tu mente a aquel momento en que recuerdas que esta persona estaba pasando un mal momento y no se quejó ni refunfuñó; simplemente lo atravesó permaneciendo calma y serena, manteniendo la cabeza gacha y esperando pacientemente que pase la alta marea.
¿Cómo lo logró? Muy simple. Trata de entrar a su sistema de creencias y averígualo. Fíjate cómo ella observa el mundo y adquiere su punto de vista. Sintoniza en su perspectiva y obtendrás los mismos resultados que ella. Empero, aun si no logras descifrar los elementos de su sistema de creencias, no temas; pues los cuatro elementos citados por el Orjot Tzadikim son los que comprenden su sistema de creencias.
Una forma de reconocer los elementos fundamentales en la perspectiva de otra persona es escuchar atentamente las palabras que escoge al hablar. Tras el sueño de la escalera en el que fue bendecido con enormes bendiciones de Di-s, Iacov prometió que diezmaría su riqueza para construir una Casa para Di-s y traer sacrificios en el Monte de Moriá. Sus palabras exactas fueron: “Si Di-s habrá de cuidarme y otorgarme pan para comer y una prenda para vestir…”. ¿Por qué Iacov especificó que necesitaba pan para comer y una prenda para vestir? ¿Para qué otro propósito podía necesitar el pan y la ropa? Con estas palabras, Iacov nos reveló el secreto de la felicidad: él no quería la ropa para ningún otro propósito aparte de vestirse. Iacov no buscaba vestimentas lujosas que hacen a la persona parecer exitosa o importante, ni tampoco le interesaba la admiración de los demás. Lo único que pretendía de la comida era alimentarse; no le interesaba el sabor ni veía el comer como un pasatiempo. Este es uno de los pilares centrales de la satisfacción o contento. Saber claramente cómo arreglarse con lo mínimo y lograr el máximo de aquello que uno posee. Esto significa comprender profundamente la esencia, el propósito y la función de cada elemento material que uno necesita o ambiciona. Para Iacov, la diferencia entre una necesidad y un deseo estaba bien clara. Como Rashí lo explica (33; 25), Iacov regresó al otro lado del río para buscar unas pequeñas vasijas que había olvidado allí. Él valoraba todas sus posesiones por más poco costosas que fueran; pues las había adquirido con su bien ganado dinero. (Julín 91) Él no valoraba su dinero porque le daba una sensación de poder o mayor balance en el banco; sino que a los ojos de Iacov los objetos físicos eran simplemente un medio para poder servir a Di-s. Sanos y bien abrigados podemos servir mejor a Di-s. Para eso Iacov necesitaba ropa y comida. Sin un vaso o aquellas pequeñas vasijas, quizás se hubiera visto obligado a beber de las manos, lo cual ciertamente no es digno. Iacov era capaz de ver el verdadero valor de cada cosa que poseía. Es por ello que volvió a cruzar el río sólo para buscar unos pequeños utensilios físicos, pues los necesitaba para su propia y básica dignidad humana; כבוד האדם.
Observemos de cerca las palabras escogidas por Iacov en la conversación con su hermano Esav y notaremos el contraste entre su forma de hablar y la de su hermano. Cuando Iacov trató de convencerlo de llevarse los obsequios que le estaba presentando, Esav los rechazó en un principio diciendo que ya tenía demasiado: יש לי רב, אחי. Iacov, por su parte, siguió insistiéndole que aceptara los obsequios, utilizando las palabras יש לי כל – tengo todo. ¿Qué muestra este cambio?
Iacov estaba satisfecho y contento de su vida y, por lo tanto, poseía todo lo que deseaba. La felicidad reside en sentir que uno posee lo que quiere; en no sentir que uno carece de un cierto deseo. Realmente, ¿qué poseía Iacov más que Esav? ¿Acaso Esav tenía menos posesiones físicas que Iacov, y eso le impedía decir que poseía todo en lugar de solamente “un montón”? Algunas personas sienten que si en este momento no tienen dinero para pagar por aquello que el futuro les puede llegar a presentar, entonces les falta dinero. Es una clase de preocupación por lo que el mañana puede traer consigo. Iacov confiaba en Di-s y, por lo tanto, nunca estaba preocupado por esta clase de cosas. Del mismo modo que Di-s se ocupó de mí hasta este momento, lo seguirá haciendo en el futuro. Iacov vivía el presente (otro fundamento para la felicidad, producto del bitajón – la confianza en Di-s) y por ende no se entablaba en preocupaciones sobre el futuro. Además, Iacov no buscaba extras, él manejaba un presupuesto de bajos costos; y así poseía todo. Esav, por el contrario, siempre quería más, más dinero, más artilugios en la vida, más poder… una lista infinita.
Para peor, al no sentirse satisfecha y contenta, la persona que siempre persigue los placeres extras nunca es capaz de sentir gratitud, convirtiendo el aprecio en un lenguaje extraño. Y estos dos son los pilares de la felicidad; producto de la satisfacción y confianza en Di-s. (En “Éven Shlemá“, el Gaón de Vilna escribe que una persona que no encuentra contento y satisfacción, jamás podrá rezar a Di-s o estudiar Torá como se debe, pues nunca sentirá un genuino e interno aprecio por todo lo que Di-s hace por él.) Otra importante faceta de la felicidad, también producto de la satisfacción, es el dar a otros sin esperar nada a cambio. Uno no puede dar si no tiene suficiente para uno mismo. El dar trae felicidad, y Iacov prometió que habría de dar un diezmo de todas sus ganancias.
Otro requisito muy importante y básico para la felicidad es tener un propósito claro en la vida. Pues aun si uno está contento y satisfecho, sin una finalidad en la vida no existe la felicidad. La vida puede simplemente extenderse. Iacov tenía grandes propósitos y metas en su vida: fe, servicio a Di-s, dar origen a las doce tribus de Di-s. Un contraste evidente entre Iacov y Esav era su desacuerdo en lo que respecta al Mundo Venidero. Esav creía que este mundo era una finalidad en sí, y por eso buscaba disfrutarlo. Iacov opinaba que el propósito de este mundo es servir a Di-s, con la recompensa guardada para el Mundo Venidero.
Mi maestro me enseñó una vez una importante lección: el mayor regalo que les puedes obsequiar a tus hijos es la habilidad de estar contentos sin los “deseos” extras. “Les estás obsequiando una vida feliz”, me dijo. En el Éven Shlemá, el Gaón de Vilná escribe que el último de los Diez Mandamientos, לא תחמוד, no codiciar, es la ley fundamental de toda la Torá. Y que expresado como un mandamiento positivo se lo denominaría “histapkut” – satisfacción o contento. Entonces, cumplir la mitzvá de contentarse con lo que uno tiene equivale a cumplir toda la Torá.
Escribir este artículo me llevó a una nueva comprensión de la conocida Mishná en Avot: איזהו עשיר השמח בחלקו – ¿Quién es rico? Aquel que está contento con la porción que le tocó. Esto nos enseña que para ser rico, se necesita estar contento con lo que uno tiene. Si uno siempre aspira más, siempre necesita gastar, entonces nunca tendrá dinero extra en el banco, porque lo que tiene lo necesita para algo que puede llegar a querer mañana.
La única forma de estar realmente contento cuando las cosas no van bien, es con bitajón, confianza en Di-s. (No se trata de cómo uno ve el vaso, si medio lleno o medio vacío; sino de aceptar las cosas como Di-s las presenta, aun si el vaso realmente está casi vacío.) Confiar en que Di-s sabe perfectamente cuánto yo necesito, cuándo lo necesito, y me ama mucho más que cualquier ser humano es capaz de amarme.
Persuasión problemática
Cuando Shejem raptó a Diná, la hija de Iacov, ocurrió algo sumamente extraño: “Él (Shejem) habló al corazón de la niña” (Bereshit 34:3). Rashí señala que la persuadió diciéndole: “tu padre gastó una enorme suma de dinero por una pequeña parcela de tierra; si te casas conmigo, serás propietaria de toda la ciudad y sus campos”.
A pesar del alto nivel espiritual que conservaba Diná, Shejem logró persuadirla a quedarse. Por supuesto, la casa de Shejem no era en absoluto un lugar apropiado para la hija de Iacov, entonces, ¿cómo es posible que Diná se haya convencido de que allí podría ella pertenecer?
Rabí Yerujam Levovitz zt”l señala que de este episodio podemos aprender cuán poderosa puede ser la persuasión. Pues aun alguien del calibre espiritual de Diná fue persuadida a obrar de una forma que no coincidía en absoluto con su talla. De hecho, es muy chocante ver a una gran personalidad sucumbir – por medio de la seducción – al abismo del pecado. Aun así y por algún motivo muy extraño, no nos choca tanto cuando nosotros mismos sucumbimos en la seducción de transgredir un pecado que no concuerda con nuestro nivel de persona, sino que encontramos absurdos justificativos para nuestro incorrecto proceder y hablar. Si tan sólo nos detendríamos a pensar, nos asombraríamos de ver cómo tropezamos.
Debemos permanecer alertas a dos diferentes clases de persuasión peligrosa: la externa y la interna. Quizás seamos más conscientes de la primera clase; disfrazada en personas que nos tratan de convencer a hacer o comprar toda clase de cosas que en realidad no nos interesan. Sin embargo, existe también una “persuasión interna”, en la que nuestros sentimientos dominan a nuestro buen sentido. La persuasión o seducción generalmente habla al corazón y los sentimientos, no a la inteligencia. Así fue que Shejem persuadió a Diná hablándole al corazón. Ahora sí, si el poder, dinero o riqueza, logró seducir incluso a Diná, sin duda es capaz de seducir a personas de mucho menor calibre que ella. Una vez influenciado el corazón, incluso una persona de alto nivel espiritual o intelectual queda paralizada. Incluso Adam, quien disfrutaba de un nivel de sabiduría sumamente elevado antes de comer del Árbol de la Sabiduría, no estuvo inmune contra el poder de la seducción.
Permíteme preguntarte: ¿fuiste persuadido alguna vez a comprar algo que en realidad no necesitabas? Si la respuesta es positiva, probablemente lo hayas hecho porque estaba de oferta. Para muchos, dejar pasar una oferta equivale a perder dinero. Aun si en realidad no necesitan aquel artículo, el temor de perder la oportunidad puede fácilmente seducirlos. Esta es una combinación del temor de perder dinero y el deseo material de tener más y más. Por supuesto, estos sentimientos son absurdos pues, para empezar, la persona ni siquiera necesita aquel artículo.
Mediante la asociación a personalidades exitosas, la industria publicitaria trata de persuadirnos a sentir que necesitamos cierto objeto para lograr el éxito. De hecho, los profesionales en la materia han persuadido al mundo entero a derrochar muchísimo dinero, tiempo y esfuerzo para adquirir el último modelo de celular. Con el teléfono que creíamos tan indispensable en mano, nos damos cuenta de que raramente o jamás utilizamos aquella aplicación por la cual tanto lo anhelamos. Los expertos en el mercado buscan lo que el corazón desea y luego encuentran formas de hacer sentir a la gente alguna conexión con aquel elemento codiciado – antes de que podamos darnos cuenta de ello, ya nos convertimos en sus mejores clientes.
Estos son sólo algunos ejemplos de persuasión externa. La persuasión interna, por supuesto, puede aparecer de diferentes formas. Por ejemplo, una persona puede ser seducida a creer que si habrá de ganar más dinero, su esposa lo respetará más. Un padre puede ser persuadido a creer que si toma sobre sí un empleo adicional, tendrá el dinero “necesario” para ser un mejor padre. Irónicamente, dado que esto generalmente ocurre a cuestas de su tiempo en familia, los niños terminan sintiendo que por poco pierden a su padre. Sin embargo, el padre ocupado está tan convencido de que así será un buen padre, que no lo ve de esta forma. Sin duda, esta conclusión no es verdadera, pero el gran deseo humano de acumular riqueza, fama y placeres materiales puede fácilmente empañarnos la visión.
La mejor solución para evitar ser seducidos a actuar en contra de nuestros intereses, es mantenernos apartados de las personas o cosas que nos inducen a actuar de una forma que luego nos arrepentimos. Cada uno sabe, por su experiencia personal, qué y a quién evitar. Teniendo en mente estas experiencias y reconociendo nuestro punto débil, estaremos mejor equipados para enfrentar los desafíos de la “persuasión problemática” en el futuro.
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Shabbat Shalom, Yosef Farhi
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