SPANISH TERUMAH

  ¡Cabezas erguidas!

Es difícil mantener la cabeza en alto con la mano extendida. Puedo dar fe de ello. En una de mis visitas a los Estados Unidos hace algunos años, intenté recolectar fondos para una de las mejores Ieshivot de Israel. Quería ayudar un poco, y realmente recolecté una suma, una pequeñísima suma. Desde entonces me quedó un sentimiento de rechazo, para nunca volver a tratar de hacerlo. Me gusta estudiar y amo la Torá, pero recolectar dinero para que otros puedan seguir dedicándose al estudio, fue algo demasiado difícil para mí.

Camino a casa, cierto día, mientras le comentaba esta percepción a un compañero, el hombre sentado delante de nosotros se dio vuelta pidiendo interrumpir nuestra conversación. “Si estuvieras seguro de que tienes la cura para el cáncer, pero necesitas 60 millones de dólares para llevarla a cabo y ponerla en funcionamiento, ¿te sentirías mal de ir a pedirle a Bill Gates una contribución? Y supongamos que Bill Gates te cerrara la puerta en la cara, echándote con insultos, ¿te sentirías humillado, abatido y resignado como para dirigirte a otros, deduciendo que si Bill Gates no lo considera una causa digna, entonces no debe serlo? ¿Concluirías acaso tus intentos por salvar al mundo?”, me preguntó. “No, me quedaría perplejo de cómo Bill desaprovecha la mejor oportunidad de toda su vida”, fue mi respuesta.

“¡Amigo! Debes creer que la Torá salvará al mundo. Esta es la perspectiva que debes tener sobre la Torá, si deseas estudiarla correctamente y si esperas que otros contribuyan dinero para esta causa. Solo por esto donarán y te darán el dinero ganado con el sudor de la frente; sólo por creer en lo que la Torá realmente aporta a la humanidad. Pero si no lo miras así, sin duda ellos tampoco la apoyarán”.

Esto es algo que admiro de Israel; de pronto uno puede recibir una charla de musar para la vida en cualquier colectivo y de la persona que justo se sentó adelante.

Cierta vez escuché a Rabí Iehudá Ades shlit”a contándole a sus alumnos acerca de una oportunidad en la que fue entrevistado por la prensa en sus años de estudio en la Ieshivá de Ponevithz. Corría la época en que los ultra religiosos de Israel habían mostrado su oposición a la reclusión de estudiantes de Ieshivá al ejército israelí. La tensión entre los ciudadanos israelíes era muy fuerte; los no religiosos sentían que se estaban aprovechando de ellos y que los estudiantes de Ieshivá también debían ir al ejército. ¿Por qué debían ellos arriesgar sus vidas, mientras que los otros, también ciudadanos israelíes, se quedaban en las salas de estudio sentados, estudiando o recitando Tehilim? La prensa anti-religiosa esperaba escuchar del Rav Ades, un joven estudiante de veinte años en aquel entonces, los mismos argumentos defensores que ya había estado escuchando y que creía eran susurradas entre las familias religiosas: “el precepto de vivir en Israel no es uno por el cual estamos obligados a entregar nuestras vidas”, o, “el ejército israelí es una organización manejada por anti-religiosos y nos quieren alejar a nosotros del camino de la Torá”. Sin embrago, la respuesta del joven los dejó anonadados. Primero Rabí Iehudá les pidió que apagaran las cámaras y micrófonos y luego comenzó a decir:

“Yo honestamente creo que con lo que hago aquí en la Ieshivá, estudiando Torá, mantengo al mundo y a nuestra nación; no menos que cualquier soldado en el ejército. Yo creo con todo mi ser que אם לא בריתי… חוקות שמים וארץ לא שמתי – si no fuera por el estudio de la Torá, el mundo se derrumbaría. Yo siento que estudiando Torá sirvo a mi patria no menos que arriesgando mi vida al salir al frente de batalla”. Ellos no esperaban una respuesta así y tampoco le creyeron. Incluso le preguntaron quién le había hecho ese lavado de cerebro. “Es lo que yo honestamente creo”, respondió él, “y eso es lo que hago aquí en la sala de estudio: entrego mi vida por el estudio de la Torá”. Jamás habían escuchado algo así y quizás por eso tampoco lo refutaron; estaban impactados de que alguien honestamente así creyera.

Escuché de un gran millonario, solidario y mantenedor de los estudiantes de Torá, que falleció en los últimos diez años: “en el Mundo Venidero, todo estudiante de Torá deberá responder al ángel acusador por qué no vivió siempre con una sonrisa en los labios. ¡Si tu vida es Torá – todo es maravilloso!“. Supongo que el motivo por el cual no siempre vemos a los estudiantes de Torá sonreír es porque están esperando lograr sus metas de estudio para estar felices; este es un grave error, pues también mientras tanto, todo el esfuerzo que hacen mantiene el mundo en pie.

Rabí Shimshon Pinkus zt”l escribe que el milagro más grande del mundo es el ateísmo. Cuando ves un auto, estás seguro y sabes que alguien lo fabricó. Cundo ves una cámara de fotos; alguien la debe de haber inventado. Y el globo ocular, la cámara más sofisticada que puede existir, con lentes auto-limpiantes y foco automático que funciona cerca de 70-80 años, ¿se creó por sí mismo? ¿Cómo es posible creer algo así? Sin embargo, cuando observo a mi alrededor y veo miles de familias que viven con sumas insignificantes de dinero, sin ninguna explicación lógica de cómo se arreglan, sólo para dedicarse al estudio de la Torá – estoy seguro de que no es menos que un milagro.

Y lo aprendemos en la Parashá de esta semana del Arón Hakódesh. Los leviim que lo cargaban volaban por el aire, pues el Arón נושא את נושאיו – cargaba a quienes lo cargaban. La Torá también carga a quienes la cargan. No ocupa lugar, como podemos ver en las medidas del Tabernáculo. Los kerubim eran cual una pareja de estudiantes de Torá (Baal Haturim). El centro de toda la espiritualidad de nuestro Pueblo se encontraba allí, en el Santo Santuario. ¡Me acuerdo de Rabí J. P. Sheinberg zt”l diciéndonos, cuando recién llegábamos a Israel para estudiar, que detrás del stender donde se estudia Torá, hay más santidad que en el Kótel Hamaraví!

En una ocasión, cuando el Rey David lo transportó en una carreta, el Arón pareció estar por caerse. (Haftará de Sheminí) Uzá, quien no era Leví, lo vio y se lanzó para atraparlo y salvarlo de la caída. Ni bien tocó el Arón, murió. ¿Por qué? ¿Qué hizo de malo? Sólo actuó con instinto… La respuesta es que aparentemente Uzá creyó que el Arón necesitaba ser sostenido, y este fue un grave error, un jilul Hashem y una profanación de la santidad del  Arón. El Arón  cargaba a quienes lo cargaban y podía volar si era necesario. Así también con el estudio de la Torá. Quienes apoyan el estudio de la Torá no deben creen que si pierden su dinero las Ieshivot acabarán cerrándose. La Torá, de alguna forma, se mantiene por sí misma. La Torá es el corazón del Pueblo Judío. Y aun quien no puede dedicarse a su estudio – su espiritualidad, al igual que la del Arón – es la que lo mantiene física y mentalmente. Es la que lo lleva adelante.

El Jafetz Jaim (Biur Halajá S. 231) dice que la única causa en el mundo por la cual vale la pena ser mantenido es para estudiar y enseñar Torá: la persona no debe salir a trabajar con el fin de evitar tener que recibir dinero de caridad. E incluso el Rambam que apoyaba la idea de trabajar para mantenerse, además de estudiar; también aceptaría que en nuestra generación que es imposible trabajar, estudiar y enseñar a la vez, los estudiantes sí deberían aceptar el apoyo monetario para poder permanecer en el Bet Midrash. La Torá es el único motivo para ser mantenido por otros, pues la Torá mantiene a quienes la mantienen.

Una madre de un solo hijo acepta que su hijo salga al ejército y pelee al frente de la batalla, aun si es posible que muera o pierda un miembro, pues su sacrificio tiene un propósito. El propósito del estudio de la Torá, no es menor que este.


El secreto detrás de una sonrisa

 

El Talmud (Taanit 29) nos enseña: משנכנס אדר מרבים בשמחה – Desde que comienza el mes de Adar, se debe intensificar la alegría. La alegría o felicidad es un estado emocional o intelectual. En este mes se nos ordena estar alegres y, si estamos obligados, es sin duda algo que depende de nosotros. ¿Cómo lo logramos?

En primer lugar, debemos definir el término: ¿qué es la felicidad? Muchos erróneamente identifican el placer con la felicidad. Tomemos un helado como ejemplo, pues es algo que alegra a las personas. Aun así, la alegría o felicidad que el helado más grande del mundo puede proporcionar es limitada y medida: ¡máximo diez centímetros de largo; la distancia entre los labios y la garganta! Una felicidad que no es meramente un placer físico, sino un estado emocional o intelectual, tiene mucho mayor alcance que aquellos ocho o diez centímetros.

El Orjot Tzadikim nos ayuda a comprender la composición de esta clase de felicidad y lograrla. En el Shaar Hasimjá enumera los cuatro componentes de la felicidad: Emuná (fe en Di-s), Bitajón (confianza en Di-s), Histapkut (contento) y Séjel (intelecto). Todos estos alegran a la persona. Cuando una persona no está alegre, es porque en su intelecto carece de uno de estos ingredientes. Cuando uno no está alegre, el motivo no es su cartera vacía ni la enfermedad de un familiar; existen personas que a pesar de no tener un centavo viven con una sonrisa en los labios y hay quienes están felices aun cuando un familiar está enfermo. La alegría depende de nuestra forma de pensar y no de de las circunstancias que presenta la vida.

Comencemos por el contento o satisfacción. Hay ciertos pensamientos absurdos que nos privan de estar contentos. “Si alguien a quien conozco lo posee (cierto objeto o situación que me gustaría tener), yo también lo debería poseer. O incluso debería tener más, pues ese es mi deseo”. En su persecución por conquistar el mundo, Alejandro Magno encontró el portón al Gan Éden; suplicó que le permitieran entrar, pero fue rechazado. Entonces, pidió que al menos le dieran algo del Paraíso y le fue arrojada a los pies la cuenca de un ojo. Él observó el hueso, envoltorio del ojo, y quedó perplejo. ¿Qué clase de obsequio Divino era este? Su perturbación no conocía límites, empero ningún consejero logró explicar el enigma. Alejandro Magno se dirigió a los Sabios Judíos para que le interpretaran el significado del “obsequio” tan extraño. Ellos le pidieron que trajera una balanza, un grano de trigo y una bolsa llena de monedas de oro. Al pesar el ojo contra el grano de trigo; el grano pesaba más. Sin embargo, al pesarlo contra las monedas de oro, el ojo pesaba más. Y por más monedas que agregaban, el ojo seguía pesando más. Muy perturbado, Alejandro pidió una explicación. “Cuando el ojo ambiciona más y más, nunca se satisface. Tú jamás estarás satisfecho con lo que conquistas; y el Paraíso está reservado para quienes están contentos con lo que poseen”, le contestaron (Tamid 32a). Cuanto más uno tiene, más codicia, como nos enseña el Talmud מי שיש בידו מאה רוצה מאתיים –  quien posee cien, busca doscientos.

Pasemos ahora al Séjel – intelecto. ¿Cómo puede este ayudarnos a adquirir la felicidad? En el Jovot Halevavot encontramos que el séjel es el antídoto de la néfesh behemit. El séjel, el yiétzer hatov y la neshamá son uno solo. La forma en que el séjel esclarece y dibuja las cosas puede hacer alegre a la persona. Depende con qué perspectiva lo observa. El yiétzer hatov y la neshamá llevan a la persona a ver las cosas de este mundo como realmente son, o en otras palabras, representan la realidad desde el punto de vista Divino. Esta es la capacidad de mirar las cosas desde la perspectiva del significado más profundo de su existencia – reconocer el propósito de su creación. Este cambio de perspectiva es también la idea detrás del musar; volver las cosas a su lugar correcto. Nos ayuda a comprender que muchas circunstancias que considerábamos un problema, no son sino soluciones. Y por el contrario, aquello que creíamos poder haber sido la solución y no lo logramos, no era sino un problema.

El Talmud el Berajot (60) relata acerca de Iehudá bar Natán que caminaba detrás de Rabí Hamnuna y suspiró. Dijo entonces Rabí Hamnuna: “esta persona trae sobre sí el sufrimiento”. Pues cuando uno mira las cosas en forma negativa, así la vida lo trata a él: cual una profecía auto-concretada.     

Cambiando nuestra perspectiva, con la ayuda de la emuná y el bitajón en Di-s, podremos encontrar la felicidad en todas las situaciones que la vida nos presenta.

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