SPANISH – DEVARIM

 Meticulosas últimas palabras


Toda su vida Moshé reflexionaba acerca de cómo y cuándo reprender al pueblo Judío. Finalmente, utilizó el modelo del patriarca Iacov para llevar a cabo esta tarea sumamente delicada; reprendiéndolos el último día de su vida. Devarim proviene de la misma raíz que devorá, una abeja. Así como la abeja muere después de picar, Moshé habría de fallecer después de su reproche. (Midrash)

Del Patriarca Moshé no sólo aprendió cuándo reprender, sino también cómo hacerlo. Siguiendo el ejemplo de Iacov, el reproche de Moshé consistió, en su mayoría, de insinuaciones sutiles. En su reproche, Iacov puso hincapié en la pérdida causada por el pecado. Él también hizo alusión a la cualidad que provocó el pecado. (A Reuvén le fue dicho que perdería los derechos de la primogenitura, la realeza y el sacerdocio. Su forma de actuar precipitada fue el centro del reproche, y no su acción. Asimismo, Shimón y Leví no fueron reprendidos por haber atacado a Shejem, sino por haber “robado” las cualidades del tío Esav.) Moshé también hizo alusión a la cualidad o causa y no al pecado en sí. Él puso el énfasis en la causa-consecuencia. Es por ello que modificó la secuencia de sus palabras, mencionando el pecado de los espías antes que el del Becerro de Oro. Esto se debía a que la consecuencia y la pérdida en el pecado de los espías fueron mayores.

Rabí A. L. Heiman zt”l preguntó lo siguiente: La Torá recalca que Moshé habló con todo Israel. Rashí cita al Sifrí y dice que Moshé puso hincapié en incluir a todos en su “reunión de reprensión”. Si habría de reprender solamente a una parte del Pueblo, más tarde los ausentes les hubieran dicho a los presentes: “¿ustedes escucharon el reproche del hijo de Amram y no le respondieron? ¡Si nosotros hubiéramos estado allí, le hubiéramos refutado (sifrí: cuatro o cinco veces por cada ofensa)!”. Es por ello que Moshé se ocupó de que todos estén presentes, pues en caso que alguien tuviera una manera de defenderse, podría hacerlo  en el momento. Esto es algo difícil de imaginar. ¿Acaso alguien podía defenderse frente a Moshé? ¿Alguien habría de refutar contra el pecado de los Espías o del Becerro de Oro? ¿Alguien podía negar las quejas en el desierto?

Hay una sola respuesta posible contra el reproche de Moshé. Si buscas reprender a alguien por el pecado del Becerro o el episodio de los Espías, desentierra a nuestros padres y repréndelos a ellos. ¿Qué tenemos nosotros que ver con todo esto? Pues la realidad es que en aquel momento, ya toda la gente del pasado había fallecido y los presentes no eran quienes habían pecado. Entonces, ¿por qué Moshé los reprendió a ellos? De ser así, ¿cómo podía Moshé refutar la defensa de los “ausentes”? Y si ellos mismos también merecían ser castigados, ¿por qué Moshé hizo alusión en su reproche al pecado de los padres y no al de ellos mismos?

Si habríamos de estudiar la historia del Pueblo Judío desde el pecado de los Espías hasta el último día de Moshé, veríamos que los hijos hicieron los mismos pecados que los padres. También ellos adoraron ídolos (Peor), se quejaron a Moshé por el Man y por la falta de agua, e incluso trataron de regresar a Egipto al enfrentarse con la guerra contra el rey de Arad. Sin embrago, en lugar de mencionar directamente estos pecados, Moshé hizo alusión a los pecados de sus padres, haciendo como si fuera que los pecados de los hijos son responsabilidad de los padres. Y ellos, los hijos, son responsables por seguir sus pasos. Pero no puso el énfasis en sus propios pecados.

Esto deja mucho lo que aprender. A veces vemos a nuestros padres y nos molestan sus errores e infortunios. Recordemos que estos errores e infortunios son propensos a repetirse en nuestras vidas. Y entonces sí, debemos ser conscientes y no olvidarnos de nuestras propias debilidades y trabajar sobre ellas.

 

Aprendiendo a llorar en Tishá Be´av

 

Hay veintiún días en el calendario judío, en los que se nos exige sacudir nuestros sentimientos por la pérdida del Templo Sagrado. Nuestros Sabios nos dicen: “כל המתאבל על ירושלים זוכה ורואה בנחמתה” Todo quien se aflige por (la destrucción de) Jerusalén tendrá el privilegio de verla reconfortada. Durante estas tres semanas que nos conducen a Tishá Be´av se espera de nosotros un incremento de emoción y sentimiento.

Sin embargo, aun si la desgracia fue enorme, ¿acaso es realmente posible sentir dolor por una pérdida que se produjo hace 1943 años? El desafío es más difícil aún en nuestra época, denominada עקבתא דמשיחא – la era anterior a la llegada del Mashíaj. De hecho, ¡muchas de las señales que identifican a este período y fueron previstas en el Talmud (Sanedrín 97a), son visibles hoy en día ante nuestros propios ojos! El nombre de este período, עקבתא דמשיחא, que literalmente significa “el talón del Mashíaj”, alude a la dificultad que enfrentamos al doler por nuestro Templo. Metafóricamente, es posible comparar la historia judía al cuerpo humano; desde la cabeza hasta el talón. La cabeza es representada por Moshé Rabenu y el דור דעה, la “generación sabia” que recibió la Torá en el Monte Sinaí. La historia de nuestra Nación avanza hacia su culminación en nuestra época, un período comparable al talón del pie (עקב). El talón posee singularmente una gran cantidad de piel para amortiguar y sostener a todo el cuerpo. Es también el lugar donde encontramos una gran cantidad de piel seca. Estas características se manifiestan en nuestros tiempos con las emociones y sentimientos hacia los demás que disminuyen considerablemente.

Si los “días de solidaridad” hace tiempo ya se han terminado, ¿cómo se puede esperar de nosotros tantos años después de la destrucción del Templo que sintamos y lloremos por él? ¿Y si no sentimos nada? ¿Existe alguna técnica que podemos aprender a fin de generar un poco de tristeza genuina y lágrimas sinceras? En realidad, ¿para qué hace falta emocionarse y despertar tantos sentimientos por esta causa? ¿Acaso no alcanza con aprender de nuestros errores pasados ​​y centrarse en solucionar los problemas de nuestra Nación sin derramar lágrimas?

La respuesta es que si bien necesitamos utilizar nuestras mentes para llorar por la destrucción del Templo y Jerusalén, esto no es suficiente. De hecho, existen dos expresiones para el vocablo ‘lágrimas’ en hebreo: דמע y בכי. ‘דמע’ tiene las mismas letras que ‘מדע’ (intelecto), ya que proviene y está arraigado a la comprensión intelectual de una tragedia. Por el contrario, la otra clase de lágrimas refleja una emoción desencadenada por el corazón; se denomina ‘בכי’ y su valor numérico es equivalente al de la palabra ‘לב’ (corazón). De modo que la lengua hebrea misma nos enseña que las lágrimas provienen de dos fuentes distintas, y se espera de nosotros que hagamos uso de ambas. Como se dice en Ejá: עיני עיני ירדו מים – mis dos ojos derramen lágrimas. A modo conceptual, esto significa que el flujo de las lágrimas emane de ambas fuentes.

Las lágrimas del corazón expresan emociones y sentimientos de una forma que las palabras simplemente no pueden hacerlo. Cualquier sobreviviente del Holocausto puede atestiguar que todos los libros y las películas editados apenas transmiten una idea de lo que realmente fue. Esto se debe a que algunas emociones son imposibles de contener dentro de las palabras. Muchos de nosotros conocemos personalmente esta verdad de algún momento cuando la tragedia nos golpeó de cerca. Entonces, la reacción inmediata no fue: “¿Cómo sucedió?”, o “¿Qué se podría haber hecho para evitar que suceda?”. Estas preguntas no son hechas por los familiares cercanos después de sufrir una pérdida trágica; ellos responden con el corazón, no con la mente.

Las relaciones donde encontramos los sentimientos más fuertes son entre una novia y un novio y entre una madre y su hijo. “La participación de la identidad” es muy fuerte en estas relaciones. Y cuanto más fuerte el sentido de la identidad, más fuerte responde el sentido de la emoción. Es por ello que los Profetas frecuentemente utilizan estas dos metáforas para describir el dolor sentimental que Di-s “experimenta” – si fuera posible -, debido a la destrucción del Templo y el exilio de Su Pueblo. Por ejemplo, los Profetas hablan acerca de Sión cual una madre que espera y anhela el regreso a casa de sus hijos desaparecidos. Si no sentimos este dolor, es una señal de que no nos identificamos adecuadamente como parte de nuestra Nación.


Un niño llamado Najum

 

Había una pareja que se amaba intensamente, pero, desafortunadamente,  no había sido bendecida con hijos. Ellos se consolaban mutuamente diciendo que llegaría el día cuando estarían “preparados” para ser padres, y entonces podrían alzar a su futuro en brazos. Habían rezado, habían ido a recibir bendiciones de grandes rabinos, y se habían sometido a toda clase de tratamientos.

La dura espera continuó año tras año – por veinte años. La mujer le lloraba amargamente a su marido, y ya estaba comenzando a desesperarse. Pero su fiel marido seguía alentándola – mientras se alentaba a sí mismo. Una noche, al ver el rostro de su esposa lleno de lágrimas, le sugirió que intentaran otra serie de tratamientos. Finalmente, la mujer quedó embarazada. A menudo se quedaban despiertos hasta tarde discutiendo cuál sería el nombre del bebé, si fuera niño o niña. Hablaban acerca del barrio ideal para vivir y sobre detalles para una paternidad exitosa, temas que nunca antes habían atravesado. Juntos rieron durante nueve meses – los mejores nueve meses de su matrimonio.

Ya en la sala de parto, la mujer comenzó a sentir un terrible dolor, incomparable al dolor de parto común que había estado experimentando durante las horas previas. Las complicaciones empeoraban a cada minuto y la vida de ambos, madre e hijo, estaban en peligro. El doctor puso los hechos concretos sobre la mesa en forma de ultimátum: ¡o la madre o el bebé! No había tiempo suficiente para consultar a un Rabino y la pobre mujer actuó emocionalmente; se dirigió a su esposo diciendo: “llámalo Najum, y cuéntale cómo di mi vida por él. ¡Y asegúrate que diga kadish por mí con todo su corazón!”

En el Brit, el padre sostuvo al bebé en su falda y todo el mundo lloró amargamente cuando mencionó el nombre. Año tras año, Najum celebraba su cumpleaños en el aniversario del fallecimiento de su madre. Desde la primera vez que acudió al Bet Hakenéset, comenzó a recitar el Kadish. En el día de su Bar Mitzvá, el padre lo llevó a visitar la tumba de su madre para que recitara Kadish fervientemente por quien dio su propia vida por él. Grande fue su  decepción al ver que el niño recitaba el Kadish fríamente, sin una lágrima en los ojos. El padre estaba devastado: “Najum, ¿acaso no sientes nada por tu madre, quien entregó su vida por ti?”.

Najum miró fijamente al suelo e intentó explicarse: “pero, yo nunca la conocí. Realmente no siento nada por la persona que todo el mundo me ha estado diciendo que tengo que llorar”.

En cierto sentido, somos todos Najum. Nos cuesta lamentarnos por el Bet Hamikdash, algo que nunca hemos tenido el privilegio de experimentar. Detengámonos entonces a pensar por un minuto; el profeta Irmiahu nos dice que Di-s vertió su ira sobre “maderas y piedras” – el Templo Sagrado – en lugar de destruir al pueblo judío por los pecados que había cometido (Ejá, cap. 4). Nosotros sobrevivimos solamente porque el Templo fue destruido. Sin embargo, para comprender completamente qué es lo que hemos perdido, debemos aprender  sobre las enormes diferencias entre la era del Templo y la presente. El Templo era mucho más que un mero edificio de maderas y piedras. Era el lugar donde todos los corazones Judíos se conectaban, el único lugar en toda la galaxia donde la Gloria Divina podía experimentarse. Sólo mediante la destrucción de este maravilloso lugar, podía Di-s despertarnos de nuestro letargo espiritual y de nuestras vidas llenas de transgresiones.

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