spanish Bo 2014
UN PENSAMIENTO SIN PALABRAS
Hay una cosa que puedes hacerle a tu hijo peor que darle una bofetada en su cara; hay algo que perturbará a tu esposa más que una pelea. Esta cosa probablemente es la herramienta para las relaciones más poderosa que tienes. También puede construir relaciones, confianza y hacerte ver como una persona sabia. El silencio. Puede ser la posición más poderosa en una relación, e incluso – a veces – puede llegar a ser ensordecedor. A veces, puede ser una herramienta de oro. El silencio tiene una energía propia: puede forzar a la gente a pensar, a actuar… Y tú, puedes obtener este poder ahora simplemente leyendo a continuación.
El Jafetz Jaiim dice que el silencio es algo por lo que los humanos deben esforzarse para desarrollar. No es algo que nace con facilidad. El Talmud (Meguilá 18a) dice מלה בסלע שתיקותא בתרי, “Una buena palabra vale una moneda de oro, mientras que el silencio vale dos”. Hay un gran poder en las palabras que fueron dichas, pero el silencio contiene un poder aún más fuerte. Esto no significa que una persona siempre deba estar callada, sino que la persona debe saber cuándo permanecer en silencio. Cierta vez un alumno del Jazón Ish le preguntó: “De acuerdo a esta parte del Talmud, si permanezco en silencio durante todo el día, sólo obtendré dos monedas. Pero si hablo todo el día, ¿ganaré una moneda por cada palabra que diga?” El Jazón Ish le respondió: “Obtendrás dos monedas por cada vez que permanezcas callado cuando tengas algo que quieras decir pero no necesites decirlo o simplemente no debas de hacerlo”
Es difícil callar, cuando hay algo que quieres decir desesperadamente aunque sabes que no te llevará a ninguna parte. En esta parashá aprendemos un concepto asombroso: los perros no ladraron cuando los judíos salieron de Egipto para no asustarlos, ni tampoco ladraron en los vecindarios judíos durante la plaga de los primogénitos. Como consecuencia de este silencio fueron recompensados en la parashat Mishpatim: בשר בשדה טרפה לא תאכלו לכלב תשליכון אותו No comerás carne de un animal que es trefá (Una trefá es un animal que fue matado adecuadamente, pero que no hubiera vivido mucho más tiempo debido a un defecto– tal como un agujero en sus pulmones, etc. ). A los perros se la darán… ¿Por qué a los perros? Los midrashim nos explican que ellos fueron eternamente recompensados por no ladrar durante el éxodo de Egipto. Por permanecer en silencio…
Pero, ¿y qué sucede con respecto las ranas? Las ranas saltaron dentro de hornos ardientes en la segunda plaga y la Torá no las recompensa por ello. ¿Cómo es posible que los perros sean recompensados por permanecer callados, mientras que las ranas no recibieron recompensa en absoluto a pesar de haber estado dispuestas a morir? La respuesta es que a veces es más fácil tirarse al fuego que permanecer callado; es más fácil ser quemado que contener un ladrido…
Hace poco me senté con una abuela joven quien estaba rememorando sus años como madre. Tomaba sorbos de café a medida que iba recordando en voz alta sus experiencias en la crianza de uno de sus hijos más difíciles. Era tanta la energía, sentido del humor y descaro que poseía este hijo en específico que eran más las oportunidades en las que lo mandaban del colegio a su casa que las que lo mandaban de su casa al colegio. Le pregunté a su madre – una mujer con paciencia y sabiduría – si tuvo éxito en lograr que su hijo la escuchara. “Nunca”, me respondió mirando su café. Permaneció en silencio por un minuto mientras desviaba la mirada y luego dijo, “Sólo una vez. Nada funcionaba. Incluso cuando mi esposo le pegaba o lo amenazábamos con que no vendría de vacaciones con nosotros… Y luego, apliqué el tratamiento del silencio. No lo miraba ni le respondía; hacía de cuenta que no estaba. Continué con esa actitud por varios días… hasta que recibí una llamada de su profesora. Me dijo que mi hijo se estaba volviendo loco; le lloraba a la profesora como un bebé. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para que le volviera a hablar, pero no quería perder a su madre… Establecí algunas reglas, las cuales obedeció por algún tiempo. De ahí en adelante, comprendió la situación. De ahí en adelante, pude hablar con él de manera calmada y de alguna forma logró pasar esos años difíciles…”.
Al hablar en público o al enseñar a alumnos, saber cómo usar el silencio puede ser un factor decisivo para el éxito. Es el conocimiento instintivo de saber cuándo hacer una pausa al hablar, de manera tal de llevar a la audiencia a un estado emocional que le otorga poder al concepto que se está comunicando. El simple hecho de estar ahí, seguro y en silencio frente a ellos hará que mágicamente todas las personas de la audiencia bajen la voz y dirijan su foco de atención hacia ti. Simplemente porque tienes las agallas de pararte frente a ellos y mirarlos a la cara, en silencio.
El silencio es aún más poderoso cuando te quedas mirando a la gente fijamente con seguridad en ti mismo. Puede ahuyentar al abuso verbal, mucho más que cualquier cosa que pudieras responder. Uno de mis estudiantes utilizó esta técnica de quedarse mirando fijo, en silencio y con la cara en blanco cuando necesitó que le corten el cabello en Erev Shavuot. La peluquería estaba más llena que nunca y el peluquero le dijo que ninguno de los tres peluqueros de ahí podría atenderlo antes de Yom Tov. El peluquero empujaba a las personas a medida que les decía que no. Sin embargo, mi estudiante se quedó ahí de pie, en silencio, mirando al peluquero quien seguía trabajando. Habiendo pasado cuatro minutos el peluquero le dijo, “OK, te atenderé hoy. Tan sólo deja de quedarte ahí parado, observándome…”.
El silencio es el secreto de los negociadores poderosos; ellos saben cuándo callar, cuándo escuchar… Ellos usan este silencio para hacer que la otra persona se sienta incómoda y así llegar a una mejor oferta o tomar cartas sobre el asunto. ¿Sabes qué es lo mejor que puedes hacer en una cita, entrevista, negociación, reunión, etc.? Dejar que la otra persona hable lo máximo posible, haciéndole preguntas abiertas (preguntas para las cuales no pueda dar respuestas cortas, tales como “sí” o “no”), y después simplemente escuchar en silencio y respetuosamente. Cuanto más logres captar a la otra persona con quien estás intentando establecer una relación de sólo escucharla, más interesante e inteligente te encontrará la persona a ti. Al dar capacitaciones, me di cuenta que las mejores sesiones son aquellas en las que dejo que la persona a quien estoy capacitando sea la que más hable. Algo así como 80/20.
Una de mis sesiones de capacitación favoritas se dio del siguiente modo: Un joven estudiante de yeshivá de 20 años tenía una gran dificultad para hablar con las personas, a excepción de sus padres. Estaba triste consigo mismo y no quería ser presionado por sus padres o maestros para empezar a abrirse con los demás. Cuando nos sentamos juntos, le pedí que escriba en una hoja de papel qué es lo que más le molestaba en este mundo. Me miró y miró la habitación en la que estábamos sin emitir ni un sonido. ¡El silencio continuó por quince minutos! Yo estaba allí sentado esperando; “si hay silencio, entonces hay pensamiento”. Esperaba… (Cuando me resultó difícil quedarme así en silencio, comencé a murmurar Tehilim en voz muy baja – tan baja que él no llegase a escucharme – ¡no digas nada!) Después de quince minutos, tomó su lápiz para escribir algo. Escribió lo siguiente, “Quiero que las personas dejen de dirigir mi vida”, le dije, “Ahora, cambia esta frase a una oración positiva, intenta decir lo que sí quieres…”. Nuevamente, quince minutos de silencio y pensamiento. De pronto, lo escuché murmurar, “Me di cuenta que nadie me presiona a hacer nada…”; ahora estaba sonriendo. Estaba de mucho mejor humor. Yo no dije nada, simplemente le hice la pregunta correcta y permanecí callado. Fin de la sesión.
En el matrimonio, a algunas parejas les resulta difícil cuando hay silencio, les parece incómodo. Dijo cierta vez el Kotzker, “El silencio es el mejor de los sonidos”. Hoy en día, en una generación más joven, la gente no se siente cómoda con el silencio, debido a que no tienen paz interior. Para todos, el silencio es lo más relajante e incluso aquellos que necesitan hacer ruido disfrutan de éste. Ellos sólo hacen ruido para silenciar su ruido interior.
Lección de una anciana egipcia
La capacidad de la mente humana de creer en lo que quiere, aun en contra de cualquier probabilidad, es asombrosa.
El Midrash Hagadol relata el episodio siguiente: Cuando Moshé profetizó acerca de la muerte de los primogénitos, mencionó que habría un gran clamor en toda la tierra de Egipto, como jamás se había oído y jamás se volvería a repetir (Shemot 11; 6) Una anciana egipcia se le acercó a Moshé y le dijo: “¡Eres un profeta falso! Yo soy una mujer anciana, no tengo padre, ni hermanos o hijos; ¿por quién habré de llorar? Al decir que toda la tierra de Egipto llorará y gritará, has mentido. Yo no lloraré ni gritaré”.
Moshé le respondió: “te prometo que tú se serás la primera en gritar”.
En aquella época, los egipcios acostumbraban a esculpir en barro una escultura de los primogénitos difuntos, como recuerdo. Esta mujer tenía un hijo primogénito que ya había muerto, y todos los días, después de desayunar, solía bailar delante de la escultura de su difunto hijo (los egipcios reverenciaban a los primogénitos como dioses). ¿Qué hizo? En base a la profecía que no habría “ninguna casa sin un muerto” (Shemot 12,30), dejó la escultura de su hijo sobre el techo de la casa, para que no fuera golpeada por la plaga. Ella comprendió las palabras literalmente y creyó que la profecía no incluía a los primogénitos que se encontraban afuera.
Como era de esperar, ni bien comenzó la noche de la plaga, los perros se lanzaron sobre la escultura del primogénito y la terminaron devorando. Ella lloró, gritó y pegó alaridos; y su clamor se oyó en toda la tierra de Egipto… (Midrash Hagadol). Ella fue realmente la primera en gritar.
El suceso es un tanto extraño; ¿qué pretendía la mujer? Si no tenía un hijo primogénito, ¿cómo osó desafiar a Moshé, llamándolo un mentiroso? Además, ¿a quién le importaba lo que esta mujer tenía para decir, especialmente después de que Moshé se había demostrado fiable en todas las plagas anteriores, cumpliéndose todo lo predicho por él? Es más, ¿cómo es posible que los gritos de esta mujer por la escultura de su hijo hayan superado en valor a las de todas las madres egipcias que lloraron aquella noche por la pérdida de sus primogénitos vivos?
Creo que la respuesta reside en que esta mujer estaba desmintiendo. Ella no quería creer que Di-s del universo estaba en contra de los egipcios. Cuando alguien trata de desmentir, cualquier nimiedad percibida por él que pone en duda la verdad, es suficiente para hacerle sentir la validez de su postura. Esta anciana egipcia encontró un punto en las palabras de Moshé que le permitía demostrar, o al menos así ella lo creía, que se trataba de un profeta falso. Cuando encontró un punto aparentemente equivocado sobre el cual apoyarse, afirmó que toda la profecía era un fraude. Y al reconocer su error, su clamor fue más fuerte que el de cualquier otro. Este llanto, el de quien se da cuenta que estaba desmintiendo una realidad, es mucho peor que el de quien perdió a su hijo primogénito.
Vemos que Moshé fue extremadamente cauteloso en no dejar duda alguna de sus palabras y no dar a entender ambigüedades. Y si bien escuchó de Di-s que la plaga de los primogénitos habría de ocurrir exactamente a la medianoche, él no transmitió el mensaje de esta forma, sino que dijo “aproximadamente a la medianoche”; para evitar que los egipcios desmintieran su profecía diciendo que la plaga no había sucedido justo a la mitad de la noche. Dado que ellos no podían saber exactamente cuándo era la medianoche y sin duda declararían que Moshe había mentido. (Rashí 11,4)
Los más grandes creyentes son los ateístas. Ellos creen, por más absurdo que parezca, que no hay Di-s. No tienen pruebas – sólo un puñado de preguntas que desafían la creencia opuesta. El hecho que existan mucho más preguntas que desafían su creencia, no les mueve en absoluto; pues eso es lo que optaron por creer.
Cuántas veces nos encontramos en una postura de preferir no creer algo que nos cuesta o nos molesta creer. No aceptamos evidencias que nos añaden responsabilidad. Este es un atajo sin sentido. Al final, cuando veremos claramente que es imposible negar habernos equivocado, el llanto será tan desgarrador como el de la mujer que se aferró a su creencia a toda costa. Es mucho más sano enfrentar la realidad y vivir con ella, pues a fin de cuentas, eso es lo único que prevalece: la realidad.